miércoles, 2 de noviembre de 2011

Bolero desafinado



Por Raúl Ortiz - Mory
  
Muchas veces, cuando una película nacional no cubre las expectativas del público -por no decir que es mala-, solemos rebuscarle aunque sea un punto favorable, algo que le dé valía con la buena intención de justificar, por ejemplo, el esfuerzo de hacer cine en un país en que la cartelera ofrece, mayormente, películas de otras latitudes.Y también hay veces en que las buenas intenciones no bastan.
Eduardo Mendoza presentó Bolero de Noche, película que cuenta una historia de amor que, según el propio realizador, es distinta, narrativamente, a todo lo que se ha hecho antes en el Perú. Y, quizá, tenga razón: la dislocada historia de romance entre la Gitana (Vanesa Terkes) y el Trovador (Giovanni Ciccia) rescata, y congela, el ambiente del bolero de los años cincuenta para insertarlo en nuestros días (primera década del nuevo milenio que se rinde ante los raves y toda la movida electrónica).

Mendoza traslada personajes que visten con tirantes, sombrero, y bastón, hacia un escenario donde los Dj y el hippismo urbano tienen el sartén por el mango. Podríamos decir que, como ideal, o como una especie de discurso experimental, no está del todo mal. El problema nace cuando la propuesta de Mendoza no cuenta con las herramientas que la hagan verosímil.


El director ha dicho que el lenguaje que utilizan algunos personajes se ha recogido de la vieja usanza limeña del siglo pasado. Lo que crea confusión es que Mendoza no explica si los hombres y mujeres de aquel tiempo hablaban como si declamaran (de manera idéntica a como hacen los niños en el colegio). En todo caso, sus personajes recitan, y, en consecuencia, sus parlamentos se hacen risibles. A menos que haya recurrido a la sorna, algo que parece dudoso.

Tras una mala interpretación en el modo de hablar de antaño, el segundo aspecto discutible de Bolero de Noche es el incipiente guión que la sustenta. Las frases hechas hacen que el espectador adivine el sentido de los diálogos. Las acciones se tornan predecibles, y el desenlace se adivina desde los cinco minutos de proyección.

No está mal que una película carezca de giros o de situaciones inesperadas pero, en todo caso, la solidez de la historia se puede lograr con diálogos interesantes y acciones originales, elementos que dan más valor al filme. A diferencia de algunos -pocos- momentos de su taquillera Mañana te cuento, en esta ocasión Mendoza no transmite algo de naturalidad con el desarrollo de sus personajes, y se les nota demasiado estereotipados: la chica rebelde cara a cara con el ‘chapado a la antigua’.  

Vayamos a los personajes. Bolero de Noche cuenta la historia del Trovador, joven que aspira a escribir un bolero definitivo, el que pasará a la historia y será interpretado por los más grandes, el más desgarrado de todos. No obstante, este carece de inspiración, la musa no se le presenta. Hasta que, de manera accidental, el Trovador conoce a la Gitana, muchacha que trabaja como pinchadiscos en una discoteca y que, a la postre, será quien le devuelva la capacidad creativa.

Una trama manida que recurre a la figura de Mefistófeles (Leonardo Torres), quien propone, al protagonista, renunciar al amor a cambio del bolero ansiado. Otro personaje es el de la Barona (Teddy Guzmán), que sirve de paño de lágrimas del Trovador -y que, en comparación a los otros integrantes del reparto, tiene una actuación bastante destacada.

La música, elegida para Bolero de Noche, es buena. Su ‘Majestad’ está representado por temas de agrupaciones clásicas como Los Panchos y Los Morunos. Estos últimos intervienen en casi todas las escenas relacionadas al bar donde el Trovador mata sus penas. El trío, junto a Teddy Guzmán con voz propia, entonan un bolero a gran nivel. Aunque, hay que decir, la altura y tradición del género y de las composiciones no guarda equidad con la película de Mendoza.

Las locaciones empleadas por el director rescatan un emblemático malecón de Chorrillos y algunas calles de naturaleza bohemia, mérito que se marchita cuando se pasa a un cerrado ambiente psicodélico, otra vez mezclando sin fortuna y a trompicones la congelada época pasada con la modernidad de nuestros días.

Ni drama, ni comedia, ni romance, ni aventura, ha dicho el director - “aunque un poco de cada cosa”-, Bolero de Noche es como aquellas películas que, cuando terminas de visionarlas, te dejan un gran vacío. Sabes que solo la recordarás por alguna frase anecdótica, o escenas “rocambolescas” de antología (Terkes corriendo tras un camión de basura para rescatar una partitura).

Bolero de Noche deja una gran desazón, un halo de frustración porque se percibe que se pudo haber hecho mejor, pero no se pudo, o no se quiso. Lo bueno es que a Mendoza le queda un gran tramo por recorren y mucho tiempo para enmendar proyectos como este, quizá, ahora sí, inspirado por las musas y al compás de un buen bolero. (Publicado originalmente en godard! 29).

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