sábado, 4 de agosto de 2012

Elefante blanco, de Pablo Trapero



Por Raúl Ortiz - Mory

Un grupo de sacerdotes y una asistenta social intentan que la vida sea menos miserable en una peligrosa villa de Buenos Aires. Julián (Ricardo Darín) encabeza al grupo de voluntarios que vive de cerca las problemáticas del barrio marginal: comercialización de drogas, ajustes de cuentas, ausentismo en las escuelas, precariedad de las viviendas, desnutrición infantil y adicción en menores de edad. Sin embargo, la duda y la frustración harán replantear la misión de los curas desde la perspectiva de la vocación y el servicio.

Durante la primera media hora de Elefante blanco,  Pablo Trapero construye una historia de problemática social con diferentes nudos a partir de personajes que caracterizan la esencia de la vida al margen de la legalidad. El escenario en las villas bonaerenses se resigna a la ley de la selva, donde los narcotraficantes son los más fuertes y donde los curas intentan llevar esperanza sin involucrarse directamente con los negocios ilegales, a fin de no tomar partido por algún bando.

En este contexto, el director inserta dos conflictos centrales a partir de experiencias individuales: el primero, con Julián que padece de una enfermedad, al parecer incurable, pero que lucha por la obra que lleva al frente y que en gran parte se remite a construir mejores viviendas para los habitantes de la villa. Sin embargo, la frustración se apodera de él cuando ve que sus esfuerzos caen en saco roto y la burocracia trunca sus intenciones.

El hastío y la claudicación del cura villero son trabajados por Trapero con situaciones plausibles y cargadas de naturalismo, recordando en cierta medida a algunos filmes del neorrealismo italiano. Aunque cuesta ver a Darín dando misa y rezando el rosario, el argentino tiene un registro interpretativo creíble y solvente. Es un giro muy distinto al que se le conoce – el típico pendenciero provocador – que destaca por el ímpetu y la perseverancia de su personaje basado en la fe; más allá de que en algún momento cede ante la frustración.

La segunda experiencia individual que muestra Trapero tiene a Nicolás (Jérémie Renier) como punto de referencia. Este es un sacerdote que después de haber sobrevivido a una matanza en una comunidad amazónica peruana, llega a la villa 31 para ayudar a Julián en su empresa social. Nicolás vive sintiéndose culpable por no haber evitado los crímenes en la selva y encuentra en Luciana (Martina Gusmán), la asistenta social, un punto de apoyo moral.

Trapero escoge a este personaje para introducir los temas del voto de castidad y la tentación de la carne. Nicolás duda sobre su fortaleza espiritual y se deja llevar por la atracción que Luciana causa en él. Si bien el desarrollo de las acciones son muy rápidas y el conflicto se desarrolla sin mayores situaciones comprometidas, la marca del entorno violento y la actitud rebelde del cura recién llegado, amainan en algo la débil construcción de este personaje.

Mérito de Trapero es la contextualización de la situación marginal de Buenos Aires. La influencia del entorno no se concentra en miserias callejeras, ni en trazar un mapa de la delincuencia juvenil. Es el contexto el que sirve como detonante para que los protagonistas asuman actitudes pendulares, casi maniqueas. Se trata de estar a la expectativa para obrar de una u otra forma, en perjuicio o beneficio del prójimo. Los integrantes del barrio no planean su futuro porque no saben si vivirán mucho. Todo está condicionado por el contexto.

La resolución de la trama de Elefante blanco es buena. Sin embargo, hace recordar al final de Carancho, la película anterior de Trapero. Una situación violenta e inesperada que impacta en el espectador de manera efectiva. La fórmula es válida pero repetida. Más allá de ese punto, el director mantiene la calidad cinematográfica de sus anteriores filmes, escarbando en la podredumbre de la sociedad y en las chispas de la esperanza humana.  

1 comentario:

  1. Excelente artículo Raúl, también me costó ver a Darín interpretando a un sacerdote. Sin embargo, ahi se ve la calidad profesional con la que se maneja.

    Mónica VG

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