viernes, 10 de agosto de 2012

Los bandoleros incógnitos


Por Raúl Ortiz - Mory
¿Puede vivir en el anonimato una pareja de bandoleros por más de 60 años sin levantar la menor sospecha, ni siquiera la de sus propios hijos? Wolney Oliveira cuenta, a través de un documental, la vida de Durvinha y Moreno, dos ancianos casi centenarios, que narran sus aventuras como parte de la banda de Lampiao, el cangaceiro más famoso y temido de Brasil del siglo pasado.
Al inicio, el visionado de Los últimos cangaceiros puede causar ternura y llegar a conmover cuando se muestra en escena a los dos ancianos -aún cuando empuñan armas-; pero,  con el transcurrir de los minutos, el espectador toma conciencia de quiénes son realmente los protagonistas del filme: dos exproscritos, parte de una gavilla de delincuentes que sembraron el terror a su paso y que son los autores de muchas muertes, algunas de ellas sádicas. La otra cara de la pareja, que revela el realizador, es la de una dupla muy querida por los pobres, además de ser católicos fanáticos, aficionados a los buenos perfumes y al buen vestir.
Ese juego de contrastes es la llave más recurrente que emplea el realizador brasilero a lo largo de los 79 minutos que dura su obra. Pone a cara y cruz los criterios de interpretación de las acciones concebidas por Durvinha y Moreno, recurre a la emotividad y al humor, a la reprobación y al consentimiento, a la fraternidad y al abandono.
Un día, José Antonio Souto  -identidad falsa de Moreno- decide contarle a sus hijos la verdadera historia de su vida junto a Jovina Maria da Conceição, apócrifo nombre de la voluntariosa Durvinha; el hecho causa conmoción en la familia y la noticia se esparce como reguero de pólvora por todo Ceará. La prensa no se hizo esperar: emitió reportajes y convirtió a la pareja en una celebridad mediática, al punto que llegaron a ser distinguidos por las autoridades que les organizaban homenajes como si fueran leyendas vivas.
Oliveira cuenta en el documental cómo Moreno llegó a ser el lugarteniente de Lampiao – el famoso asaltante brasilero de las décadas del 30 y del 40 –, detalla cómo el grupo de cangaceiros atacó patrullas policiales, saqueó puestos de abasto y celebró sus fechorías en monumentales fiestas. Sin embargo, la buena suerte se le terminó a Moreno cuando Lampiao es capturado y decapitado por la policía. Es desde ese momento, junto a su mujer, que inicia un éxodo con cambio de nombre y, cual desterrado, se abre un nuevo camino. El secreto no es revelado hasta 60 años después, porque al anciano le entra la nostalgia y el deseo de conocer si todavía tiene familiares.
Los testimonios que otorga la pareja son narrados con algo de culpabilidad, pero en un sentido más afín a peripecias que encajarían con la leyenda de Robin Hood. No obstante, Oliveira hace un trabajo de investigación profundo y entrevista a policías de aquel tiempo, familiares de víctimas y parientes de los propios ancianos quienes, en parte, tiran por la borda la versión cambiada de Durvinha y Moreno (que alegan que nunca mataron adrede, pero un historiador y la prensa de la época los califica de sanguinarios). Uno de los mejores soportes para el cineasta es un video de los tiempos en que los ancianos practicaban el bandolerismo; figuran al lado de Lampiao y María Bonita; hasta se les ve bailando juntos y blandiendo sus escopetas.
Los últimos cangaceiros es un documental que no deja indiferente al espectador – con buenas dosis de humor y de un contexto histórico distinto, alejado de las típicas playas de Copacabana –, que  está bien narrado y que es uno de los trabajos mejores recibidos por el público del 16° Festival de Cine de Lima. 

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