miércoles, 31 de octubre de 2012

Con el diablo dentro


Por Raúl Ortiz – Mory

La realización de documentales como La mina del diablo (2005) exige un esfuerzo mayor al habitual, tanto en el proceso de producción como en el planteamiento del tema. En este caso los directores, el austriaco Richard Ladkani y el estadounidense Kief Davidson, tuvieron que ingresar y rodar en una de las minas bolivianas más peligrosas: Cerro Rico. Por otra parte, su condición de extranjeros, les imponía una interpretación de la vida del protagonista, el niño Basilio Vargas, como un ejercicio alejado de las clásicas postales de pobreza que vemos en los canales de televisión ¿Cómo se puede tocar una fibra sensible sin ser efectista?

El documental despliega una mirada abierta y dual sobre la situación de los niños y adolescentes que trabajan en las minas altiplánicas de Potosí. Primero, sugieren que a determinada edad los menores son obligados a trabajar como ayudantes de los mineros adultos. Segundo, exponen la idea de que es la propia necesidad la que empuja a llevar una vida dura, aceptada y no siempre despreciada. En ambos casos, los realizadores sopesan las declaraciones de Basilio y su hermano Bernardino – desde una perspectiva cándida –, con la realidad de la clase trabajadora de Bolivia, resignada y luchadora.  

Técnicamente, el trabajo de los cineastas americanos es destacado: las tomas panorámicas de los cerros reflejan un buen trabajo de fotografía. La belleza de las imágenes es una especie de velo de fondo que contrasta con la rudeza del oficio de los mineros y la poca esperanza de vida que tienen. En locaciones cerradas la labor de los realizadores es abordada con dificultad debido a la estreches de los túneles de las minas y la nula capacidad para movilizar equipos – se tuvieron que incluir cámaras digitales para este tipo de tomas –.Otro  ejemplo remite a la iluminación que debía hacerse a decenas de metros de profundidad: solo se valieron de la luz de los cascos de los mineros. Este tipo de situaciones transmiten altas dosis de naturalismo y dan una idea precisa del trabajo riesgoso al que están expuestos los jóvenes mineros.

El hilo narrativo de la película se materializa a través de los hermanos Vargas, quienes introducen al espectador en un mundo de devoción católica y pagana. De la mina hacia afuera la imagen de la iglesia es paternalista y asistencialista, mientras que en el socavón es el diablo el que decide el destino de los hombres – en las entrañas de los cerros hay estatuas representativas de Satanás que son adoradas para evitar derrumbes –. Este miedo es ancestral y se basa en la cantidad de muertes reportadas en las minas de plata de esta región desde la conquista de América – casi 8 millones de decesos – y que la población indígena ha adoptado como parte de su cultura. 

Pero no todo en la obra de Ladkani y Davidson tiene un aire opresor y siniestro. La esperanza y el humor tienen cuotas importantes. Los directores empalman las situaciones dramáticas con los diálogos inocentes y las ensoñaciones de los muchachos. La mina del diablo es un trabajo sobre la candidez obstaculizada por un sistema que, de alguna forma, consciente el trabajo infantil, a pesar de la ilegalidad que conlleva.

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