miércoles, 10 de octubre de 2012

El aullido de una generación


Por Raúl Ortiz – Mory
Howl, película que cuenta una etapa de la vida del escritor Allen Ginsberg y que lleva un título homónimo al poemario más famoso de la Generación Beat, es el primer trabajo de ficción de los documentalistas Rob Epstein y Jeffrey Friedman. Los realizadores trazan tres planos narrativos temporales que denotan exigencia interpretativa, fidelidad a las acciones reales del poeta y una fallida explicación del libro a nivel visual. Las acciones de la cinta abarcan el proceso judicial que sigue el editor Lawrence Ferlinghetti, que es acusado de publicar un texto de naturaleza obscena; una larga entrevista a Ginsberg que escarba en su proceso de creación poética y su visión del mundo; y la presentación en público de Howl, leído por el propio poeta como iniciación manifiesta de la Generación Beat en el plano lírico.

I
El juicio remite a una sociedad pacata y conservadora que no ve con buenos ojos la disconformidad que siente un joven sobre el mundo que lo rodea, sobre todo si se trata de un homosexual confeso que coquetea con las drogas. La parte acusadora esgrime argumentos que ahora parecerían ridículos pero que en aquel tiempo, 1957, eran aceptados por buena parte de la población.

La mala interpretación de la poesía y la función de los censores sociales es uno de los puntos en que los directores inciden. Por la corte californiana desfilan académicos en Literatura que exponen fundamentos teóricos que dejan confundida a la parte acusadora. Así, los realizadores cuelgan un retrato risible al abogado que cuestiona la obra de Ginsberg, lo que a ratos llega a causar compasión. La ridiculización del personaje es excesiva aunque imprime el sentir de una sociedad distinguida por la doble moral.

Sin embargo, un punto débil en esta parte del trabajo de Epstein y Friedman es la insuficiencia de una atmósfera de expectativa: ni intentan crear suspenso, ni hacen del litigio algo tirante e intenso – características básicas de las cintas que involucran una querella –. De antemano se intuye la decisión del juez, más allá de que se conozca o no el proceso en la vida real. Ambos están más orientados en presentar una defensa de la libertad artística y de expresión y no en contar con ritmo un acontecimiento medular de la historia.

II
El segundo eje narrativo, la entrevista a Ginsberg, revela el lado honesto y espontáneo del poeta, que confiesa sus frustraciones en un entorno previo a la inminente y más brusca ruptura generacional americana – representada por el hipismo, la revolución sexual, la igualdad racial y el rock –, con la que el poeta tenía sintonía. Esta parte de la cinta funciona como un liberador de las urgencias y las confusiones del protagonista.

A través de la conversación, Epstein y Friedman le dan gran peso al detalle de los procesos de creación y de escritura, y destacan su contraparte: la crisis creativa en la Literatura. La realidad como insumo de la obra poética, la elección sobre qué se cuenta en los textos y qué no – dependiendo de la trascendencia de los hechos –, la banalización y la superficialidad en el uso del lenguaje, son algunos de los temas sobre los que Ginsberg reflexiona con un periodista al que no se le ve el rostro e interviene muy poco.

En este segmento Ginsberg devela la influencia y el significado personal que tiene el amor y la homosexualidad en su obra por medio de sus relaciones con Jack Kerouac, Neil Cassady y Peter Orlovsky, principalmente; puntos claves que ayudan a entender la psicología del vate. Las declaraciones son recreadas con escenas vividas al lado de los escritores mencionados, estas últimas rodadas en blanco y negro.

Por otro lado, la entrevista está trabajada con una fotografía virada al verde que impregna sosiego y distención, cualidades que encajan con los movimientos y gestos de Ginsberg y el decorado de la locación donde se encuentra, como si fuera un quiebre del tratamiento visual comparado a la cara del tercer plano narrativo.

III
La tercera pieza describe la noche en que Ginsberg formó parte de una lectura colectiva en la Six Gallery de San Francisco, manifestación pública de iniciación de la Generación Beat, en octubre de 1955. Esa fue la ocasión en que el poeta recitó por primera vez Howl y dio a conocer una nueva manera de hacer y expresar la poesía.

El vértigo de la escena de la lectura – similar al ritmo del jazz y con rodaje en blanco y negro – está contrastado con imágenes de animación a color que le dan cierto vuelo de excentricidad pero que carga con un error que mata la buena intención de los directores: se interpreta el texto, la mayor parte del tiempo, de manera literal.

Si bien el tratamiento visual es atractivo – en algún momento similar a The Wall de Alan Parker – su profundidad no es comparable a la película inspirada en el álbum de Pink Floyd. Por el contrario, su significado es evidente, sin sorpresas. Para ser un biopic sobre un poeta, a esta parte del filme le falta una cuota de lirismo que redondee el producto. 

IV
La elección de James Franco como Allen Ginsberg es una de las fortalezas del filme. Su registro es natural, sin disfuerzos, sobre todo teniendo en cuenta que el personaje real es complejo, que vivió etapas reprimidas y de liberación, que amó con pasión y con locura, que tuvo una niñez y un entorno familiar pesado como un yunque. Franco se muestra atormentado por ratos y relajado en otros. Su caracterización es sólida, convincente y de las mejores que ha tenido en las últimas películas en las que ha intervenido.

Quizá él mismo supo que Howl nunca sería un producto taquillero debido a su temática, lo que demuestra la preocupación del actor por no quedarse en la faceta de figurita de Hollywood, sino por explotar un registro con más potencial artístico. Encarnar a Ginsberg supone para Franco un punto alto en su carrera teniendo en cuenta su apego a la poesía – también ha publicado un libro de cuentos con resultados de críticas divididas –. Si en Milk y en 127 horas ya veíamos a un Franco en vías de consolidación, con Howl tan solo queda confirmar su buen momento y la pérdida del rótulo de promesa.

V
El debut de Rob Epstein y Jeffrey Friedman en la ficción es bastante auspicioso después de haber cosechado una trayectoria destacada en el documental. Epstein ganó el Oscar por Los tiempos de Harvey Milk (1985) y ambos fueron distinguidos con otra estatuilla dorada por la coautoría de Hilos Comunes: Historias del Edredón en 1990. Howl, más allá de ser un repaso por una etapa de la vida de un hombre controvertido, es un cuestionamiento al concepto de moral en un escenario suscrito a los “buenos modales” y la hipocresía de la gente.

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