martes, 27 de noviembre de 2012

“La derrota tiene elementos casi más interesantes que los del triunfo”


Por Raúl Ortiz - Mory 

El Tour de Francia es la prueba de ciclismo más prestigiosa y anhelada por los corredores de todo el mundo, más allá de que en los últimos años se haya puesto en tela de juicio la honestidad de sus vencedores. Ander Izagirre, cronista, viajero, exciclista y amante de la ruta, ha escrito Plomo en los bolsillos (Libros del K.O.), un libro sobre la competencia gala y sus personajes más emblemáticos. No obstante, la mirada del periodista español no solo se enfoca en los sucesos que involucran triunfos legendarios, también ha escarbado en historias mínimas que remiten a los perdedores más recordados y queridos, incluso más que algunos de los propios ganadores.

Plomo en los bolsillos parece un libro que trata de obsesiones y de sacrificios ¿Qué tan obsesionante puede ser esta carrera como para desatar una ambición desmedida en los ciclistas?
Mucha gente a la que no le interesa el ciclismo y ha leído el libro me ha dicho que les han gustado las historias, quizá porque más allá de narrar hechos relacionados con la crónica deportiva hablo sobre impulsos muy básicos y esenciales del ser humano. Esos impulsos pueden llevar a algo que en algún momento toda persona ha pensado en alcanzar: la gloria. Yo veo en el ciclismo algo muy misterioso en relación con el sufrimiento. Considero que está en el grupo de deportes que roza los límites físicos para alcanzar el éxito. La pasión y el disfrute que puede generar son de un misterio inexplicable para los propios corredores y para aquellos que disfrutamos viéndolos pasar. Por otro lado, está el juego de la trampa, siempre presente en la historia del Tour de Francia, con algunos casos llamativos como el de Tom Simpson que en un gesto de ambición desmedida murió por dopaje en plena carrera. Este quizá sea el mejor ejemplo de cómo la codicia lleva a un deportista a la muerte. Ese tipo de situaciones te lleva a preguntarte por qué un ciclista tiene que morir si solo se trata de un deporte, un juego, donde el triunfo es una cosa simbólica. Ese contraste, entre juego y ambición desmedida, me pareció muy atractivo. Se resume en una frase que a veces repito: “la batalla es inventada, pero el dolor es real”. Entonces, el valor de estas historias, que trasciende a un público al que le gusta el ciclismo, está precisamente en que puede llamar la atención de aquellos que no son conocedores de la disciplina.

Tú eres ciclista aficionado y conoces de cerca todo lo que podría vivir un corredor ¿Crees que ponerse en la piel de estos hombres ha influido mucho al momento de escribir los textos?
Creo que vivir en piel propia el hecho de jugar a ser ciclista en los mismos escenarios por donde han ocurrido las grandes gestas es algo que ayudó a la labor de escritura de las crónicas. Es como si ese ambiente, que está lleno de pasión, se te impregnara. Yo suelo comentar que todos los años acudo a los Pirineos para ver de cerca a los ciclistas que participan en el Tour. Voy con un grupo de amigos, dos o tres días antes, y acampamos. Luego subimos el Tourmalet – uno de los puertos montañosos más famosos del Tour de Francia por su dureza, situado a más de 2 mil metros de altura – e imagino que estoy en un lugar donde han ocurrido grandes historias desde hace más de 100 años. Es como si antes de la final de un mundial de fútbol en Wembley o en el Maracaná, te dejaran jugar con tus amigos por un rato. Esa es una sensación que el ciclismo ofrece. Entonces, si a ello le sumamos que he vivido como ciclista frustrado cuando era un chico y después como aficionado muy pegado a la cuneta, creo que es inevitable que ese tipo de gusto no se deje notar en la escritura. Claro que esa pasión es algo inconsciente porque yo no voy al Tour con los amigos pensando en que voy a escribir, pero todo ese ambiente y la pasión que me provoca se ve reflejada en el texto.     

En tu libro también hay un lugar para los grandes perdedores del Tour ¿Cómo se hace para que la derrota llegue a ocupar un lugar de orgullo y vanidad en la competencia?
El criterio deportivo en el ciclismo es que debes ser el más rápido y llegar antes que los demás. Sin embargo, el valor de una historia no se basa exclusivamente en el triunfo, aunque hay triunfos que sirven de materia prima para hacer grandes historias. Hay historias sobre derrotas que también dan para buenas crónicas. El Tour ha dado grandes derrotas que hasta hoy se recuerdan más que muchas victorias que ahora nadie evoca. Eso es algo que me llamó mucho la atención. Hay una frase de Raymond Poulidor, que subió ocho veces al podio y nunca se vistió de amarillo, es decir nunca lo ganó, que dice: “si yo hubiese ganado un solo Tour nadie se acordaría de mi”, y lo decía porque él fue el gran segundón – tres veces en el segundo puesto y cinco veces en tercer lugar –. Fue el eterno perdedor. Otro caso que me llamó la atención fue el de Roger Walkowiak que ganó el Tour en 1956 y luego se arrepintió porque la gente le sacaba en cara que lo haya logrado por suerte. Eso le amargó la vida al hombre. Entonces, podemos descubrir que el triunfo puede ser venenoso y que, por otro lado, hay derrotas que dan relevancia y cariño. Además, que para armar una historia no siempre debemos hacerlo desde el punto de vista del triunfo, la derrota tiene elementos casi más interesantes.

También cuentas la historia de un corredor que se afanaba por llegar último y que en algún momento otro ciclista le salió en competencia por ser el peor de los peores
Precisamente porque se da cuenta de que si queda como último clasificado por tercer año consecutivo va a pasar a la historia. Es todo lo contrario a lo que un ciclista aspira. Pasar a la historia del Tour por ser el más lento creo que también da para contar una gran historia.

La información que tiene el libro es abundante y detallada. Sin embargo, no se lee como una compilación de datos históricos fríos ¿Cuáles fueron los criterios de búsqueda y de selección de los datos para armar el libro?
Distinguiría dos partes: los capítulos que se refieren a épocas antiguas, para los que leí libros acerca de ciclismo, y periódicos y revistas de hace mucho tiempo, sobre todo de Francia, donde hay una literatura abundante sobre ciclismo y el Tour en concreto. La segunda parte es desde la mirada propia como espectador directo, que ocupa un periodo que va de la década del ochenta hasta los últimos años, acompañado de revistas más recientes. Para los dos tiempos encontré historias que estaban narradas de una manera muy esquemática, algo parecido a un trabajo de recopilación histórica; entonces vi una posibilidad de contarlas de manera distinta con un toque más cercano a lo literario. Las historias originales están ahí, el reto es convertir eso que parece frío en una colección de cuentos.

Es evidente que no has contado todas las historias que ha dado el Tour de Francia desde su creación. Entonces, ¿cuál fue tu criterio de selección para elegir las que aparecen en el libro?
Busqué un equilibrio entre las hazañas más conocidas por los aficionados y otras que se basaban en personajes secundarios o pequeños acontecimientos que no iban a pasar a la historia de oro del Tour. Por ejemplo, en la historia de la competencia se cuenta cómo un ciclista integrante de un grupo de corredores que se retiraba de la prueba debido a que era muy dura y provocaba serias lesiones en algunos deportistas, dijera una frase a los organizadores y que dio el nombre al libro: “Pronto nos colocarán plomo en los bolsillos, alegando que Dios hizo al hombre demasiado ligero”. Basta un detalle revelador, una escena o un personaje muy particular para que eso mereciera estar en el libro.

¿Cuánto tiempo te tomó el trabajo de investigación y escritura?
En realidad no lo tengo muy claro. Es curioso porque es un libro que ha ido creciendo. Todo comenzó en el año 2003 cuando se cumplió el centenario del Tour y escribí para una revista una selección de 10 historias sobre la carrera. Un par de años después decidí completar el texto con nuevas historias. Luego fueron tres capítulos inéditos, a modo de actualización. Este libro ha tenido diversos momentos, ha resucitado y ha ido creciendo.

Si de actualizaciones se trata tendrías que reescribir la penúltima parte a partir de los recientes acontecimientos relacionados a Lance Armstrong.
Cierto. Las acusaciones de dopaje, que implica que le quiten los podios, dan para seguir escribiéndolo. Podría decir que el libro no está totalmente terminado.

¿Qué opinión tienes del caso Armstrong?
A mí me crea un efecto desolador. Todas las sospechas de los últimos años dañan la credibilidad de la carrera. Me causa una decepción enorme, aunque soy consciente que no tengo la edad de un niño que se frustra cuando pasan este tipo de cosas. Los dos últimos capítulos del libro hablan de competencias ganadas en situaciones extrañas y, sin embargo, el Tour sigue dando buenas historias. Si bien ya no podemos contar las épicas de los vencedores como hace ochenta años, quizá sí podamos encontrar otro catálogo de los comportamientos humanos que demuestren una cara distinta de las cosas. Lo mezquino, lo feo y lo tramposo también es importante y válido para seguir escribiendo crónicas.   

¿Si tuvieras que quedarte con alguna de las historias o alguno de los personajes del libro, cuál sería?
Me conmovió mucho la figura de Walkowiak. Su historia me parece una de las más sorprendentes. Es la de un ciclista que no estaba entre los favoritos y gana el Tour gracias a una serie de circunstancias que jugaron a su favor, sobre todo porque tuvo ventajas que ningún otro corredor tuvo. Ganar el Tour, que es el logro máximo de cualquier ciclista, le supone un fracaso total porque la gente le desprecia y se ríe de su triunfo, al punto que no vuelve a competir y se retira de la vida pública. Cuarenta años después aparece en un documental de la televisión francesa y sollozando declara que lo peor que le pasó en la vida fue haber ganado esa competencia. Para él no fue un orgullo, fue una tortura. Esto me hizo pensar mucho sobre el valor relativo del éxito. Para mí la de Walkowiak es la historia más inquietante y distinta.      

¿Qué proyectos nuevos estás por publicar?
En realidad, lo del ciclismo es una excepción en mi trabajo porque suelo escribir reportajes de viajes o de asuntos internacionales. En los últimos meses la he pasado viajando. Estuve en Bolivia, Perú, Sicilia, Kenia y otros lugares, entonces lo que viene será una etapa de escritura de varios meses. Por lo pronto planeo hacer un libro sobre la minas de Bolivia y quizá uno sobre los artículos que fueron publicados en mi blog en los últimos cinco años.

¿Qué opinión tienes sobre las posibilidades del periodismo narrativo frente a los medios digitales?
A pesar de todo, soy optimista. Es cierto que los medios tradicionales están pasando por una crisis muy profunda a nivel mundial. En España, por ejemplo, es muy difícil publicar trabajos extensos y bien elaborados porque los diarios no tienen dinero para pagarlos o porque no destinan espacios para ese tipo de textos debido a su extensión. Los que nos dedicamos a hacer crónicas y reportajes largos sufrimos esa situación. Sin embargo, lo que estoy viendo en los últimos años es que se están multiplicando las posibilidades de publicar en otros formatos, como los libros impresos o los digitales. Yo no quiero prescindir de la posibilidad de publicar en los medios tradicionales pero si tengo la opción de hacerlo en otros soportes no hay problema. Yo mismo tengo un ejemplo de ello: hace poco publiqué un libro electrónico donde recopilé crónicas sobre Islandia y Groenlandia. Veo que hay revistas digitales que no tienen financiamiento y apuestan por algunos autores. Aunque no paguen bien es una posibilidad para publicar que debemos seguir explorando. Además, tiene el aliciente de poder descubrir a más autores y más temas. Yo conocí a Marco Avilés así, porque leí un libro suyo que ha sido editado acá. Quizá si hubiese publicado en el diario de su ciudad no lo hubiera conocido. Ahora tengo la opción de contactarlo y conocerlo. Para mí la relación con cronistas siempre es enriquecedora. En general, creo que los cronistas tenemos un futuro económicamente dudoso, pero creativamente atractivo.

¿Qué percepción tienes de la crónica latinoamericana? 
Estoy realmente asombrado. Conozco a Alex Ayala y a Marco Avilés y de la mano de ellos leo a otros cronistas latinoamericanos. Me queda la impresión de que en Latinoamérica se están haciendo maravillas. He revisado las revistas digitales que se hacen allá y me parecen muy buenas. Ahora mismo estoy leyendo la Antología de crónica latinoamericana actual donde he encontrado verdaderas joyas. Visto desde España parece que hay un boom que acá nos da mucha envidia. Me parece que allá tienen un terreno muy fértil que para mí es una inspiración. 

Nota: esta entrevista fue hecha vía Skype desde Lima.

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